La Nueva Casa

Relato La Nueva Casa.

Por: Hugo Chinchilla.

Siempre me ha hecho mucha gracia el socialmente conocido vicio de contar historias de fantasmas y fenómenos paranormales en reuniones cuando estamos con amigos, familiares, y sobre todo frente a la trillada escena de la fogata en los campamentos, para provocar sensaciones de auténtico miedo que suelen terminar entre risas incrédulas. El ser humano suele ser escéptico por naturaleza, eso es así hasta que algo inexplicable le sucede.

Mi mamá falleció de cáncer después de una ardua lucha de cinco años en los que estuvimos en una montaña rusa de emociones. Después de darle cristiana sepultura, mi papá decidió tomarse un mes de vacaciones para asimilar un poco esta dura prueba. En la primer semana compró una nueva casa en una exclusiva y pacífica zona residencial llamada Los Girasoles, para que él, mi hermana menor de tan solo dos años de edad, y yo, cambiásemos de aires y pudiésemos empezar una nueva vida, lejos del ruidoso y estresante ajetreo de la ciudad. 

Durante el primer mes en nuestro nuevo hogar, una preciosa casa de dos pisos, con frondosos jardines frontales y traseros, nos dedicamos a limpiar, desempacar, y a ordenar nuestras cosas. Pudimos darnos cuenta que hasta que uno se muda es que se percata de la cantidad de cosas que posee. Estuvimos muy entretenidos con la mudanza. 

Pasado este tiempo mi papá tuvo que regresar a su trabajo, él es un hombre de negocios que tiene que viajar constantemente fuera del país, por lo que ahora, con la partida de mi mamá, yo, además de darme un año sabático, tenía que hacerme cargo de la bebé, al menos hasta que se contrara a una niñera que nos generase confianza.  

Todas las noches a las siete y media de la noche, yo me iba al estudio a divagar mi mente jugando en el ordenador, mientras tanto mi hermana se tomaba el biberón acostada en su sillón favorito, a unos metros de donde yo estaba. Era todo un ritual, yo jugaba una partida de fútbol, ella se tomaba el biberón, luego nos íbamos a acostar, le cantaba o le leía un cuento, nos dormíamos, y nuestra rutina comenzaba a las seis de la mañana. 

Un día, mientras yo estaba en el ordenador, mi hermana me dijo: 

-Quiero dormir, vámonos. 

-Un momento, ya termino, le dije. 

Acto seguido ella gritó: - ¡No, niño, no! 

Corrió velozmente, y saltó hasta la silla donde yo estaba sentado, se aferró con mucha fuerza a mi espalda. Profusos escalofríos se diseminaron sobre mi cuerpo, y pregunté: 

-¿Cuál niño? ¿Dónde está el niño?

 Mi hermanita se quedó paralizada, y únicamente miraba hacia la puerta. Mi pecho se estrujó, y partir de ése momento las cosas cambiaron para siempre.  

Las noches siguientes fueron un desquicio, en el piso de abajo se escuchaban pasos, puertas que se abrían y rechinaban. En más de una ocasión, producto de los extraños ruidos, sentía que me recorrían gotas de una especie de sudor frío por toda mi espina dorsal. Cada vez que bajaba, todo estaba en calma, pero cuando me iba el ruido regresaba. Varias veces mi desesperación fue tal que grité:

- ¡Sal de ahí! ¡Dame la cara y dime qué quieres!

Durante las noches yo ya no podía conciliar el sueño pensando en que debía proteger a mi hermanita de lo que fuera que estuviera en la casa. Cuando no había ruido, me parecía que a veces miraba sombras que se movían de un lado a otro, pero me pasaba diciendo a mí mismo que solo era autosugestión. 

Mi papá regresó a casa para disfrutar de las fiestas navideñas con nosotros. Le conté todo lo que había pasado, pero él pensó que a lo mejor se trataba de un episodio de estrés severo que me había causado el dolor de la muerte de mi mamá, y que eso me hacía imaginar cosas. 

Días más tarde, en la víspera de Navidad, mientras yo estaba de compras en el supermercado, mi papá vivió en carne propia lo que yo le había contado, pero de una forma peculiar. Al parecer quería llamarme para pedirme que agregara algo a la lista del supermercado. Buscó el teléfono inalámbrico para llamarme. Fue a buscarlo a su habitación, que era donde estaba la base. Como no lo encontró presionó el escandaloso botón que traen para que suene cuando no sabemos dónde está. Lo presionó y lo escuchó en la cocina. ¡Nada! No lo encontró. Regresó a la base para volver a presionar el botón y ¡Nada! Revisó en todas las habitaciones, la cocina, la sala de estar, el comedor, los baños, los armarios y nunca supo discernir dónde estaba. Exhausto y desesperado, fue por última vez a la habitación para presionar el dichoso botón, y para su aterradora sorpresa el teléfono estaba sobre la base. 

Cuando regresé me lo contó todo, y tomamos la decisión de no permanecer un segundo más en ésa casa. Empacamos lo que pudimos para pasar la noche en otro lugar, y en ése momento se escucharon una serie de golpes secos en la puerta de entrada de la casa. Salimos de allí a toda prisa, cuando yo estaba cerrando la puerta principal, pude percatarme que los golpes habían traspasado el mundo de las tinieblas y se habían manifestado sobre nuestra puerta. Le tomé una foto para tener evidencia de lo que nos había pasado ahí. 

Salimos a toda prisa, y luego de un buen rato nos detuvimos en el primer hotel que encontramos. Cuando nos estábamos registrando el chico del "front desk" seguramente nos vio una cara tan pálida que lo primero que nos preguntó fue que si estábamos bien. Le explicamos a "grosso modo" lo que nos había ocurrido, y no sé qué me aterró más, si haber tenido la peor experiencia de mi vida, o escuchar al chico del "front desk" decir:

- A ver señores, no entiendo cómo es que ustedes vienen de la Residencial Los Girasoles, ésa zona quedó en cenizas después de la catástrofe que ahí ocurrió hace cuatro navidades.

                                                                                                             FIN.   

Te invito a leer el relato de @Julio Angel 🐝Lopez Lopez titulado La rutina de María.