RELATOS DE UNA VIDA – ANTONIO

“Era yo pequeño y recuerdo a Antonio construyendo la piscina que mi padre le había encargado para el chalét. Antes que la piscina mi padre ya le había encargado algunas obras. En aquella ocasión había traído a su hijo para ayudarle. Su hijo por aquel entonces más o menos tendría mi edad.

Cuando Antonio acabó la piscina, esta resultó ser una obra maestra ya que funcionaba a la perfección y no perdía agua como otras. A Antonio lo había conocido mi padre a través de un familiar que también le había encargado algunas obras.

Una tarde en que veníamos de Madrid para ir al chalét, mi padre nos llevó a la casa de Antonio en Pozuelo, para que le diera presupuesto para otra obra. La casa de Antonio más que una casa casi parecía una caseta de obra o una casa baja de pueblo de paredes blancas, dos habitaciones, un salón, una cocina y un baño, Antonio decía que no necesitaba más para vivir. La casa estaba situada en un pequeño terreno en el que Antonio tenía una huerta de la que se ocupaba su mujer.

Dentro de la sencillez con que vivía Antonio en aquella casa, nos decía que no envidiaba a quienes tenían aquellas casas que parecían palacios, que a saber mucha de esa gente como las había conseguido. El admiraba a quienes con el sudor de su frente, de forma honesta y honrada habían hecho dinero nunca a costa del sufrimiento de otra gente y menos pagándole dos duros a sus trabajadores.

Curiosamente en aquella tarde Antonio ayudado por su hijo estaba construyéndose una piscina en dicho terreno en donde tenía su casita. Su hijo con orgullo decía que quería aprender de su padre cuanto sabía para ser como él para cuando fuera mayor, ya que su ilusión era llegar a ser arquitecto y que mejor forma de aprender que desde abajo.

Era curioso que en aquella época en que no se había inventado el "Networking", el boca a boca era lo único y lo que mejor funcionaba para mostrar que lo que mejor tenía Antonio eran su dilatada experiencia y sus manos que obraban milagros.

Antonio era una persona muy culta y educada, con una paciencia tremenda. Los arquitectos se lo rifaban. Dicen que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer y en este caso era así ya que su mujer bien conocedora de las habilidades y la maestría de su marido, sabía como hacer que la gente fuera a que le pidiera que le hiciera sus obras y no al contrario que es el tener que ir a pedir que le contrataran.

Cuando todavía no se había inventado el marketing, su mujer sabía cómo conseguir y atender a sus clientes, ya fueran particulares, arquitectos, delineantes o constructores a todos atendía por igual. Una muestra de su “Savoir faire” era que al rato de estar mi padre hablando con Antonio, su mujer salió con una bandeja para ofrecernos un refrigerio. Mi padre aceptó con agrado dicho ofrecimiento y encargó la obra a Antonio”. I.C.