La vida ama la vida

Este empresario había realizado los ideales del mundo: fama, poder, fortuna. Pero quienes más lo conocían sabían que era alguien muy amargado, amargado y prepotente. Por supuesto, él era el primero en sufrir su falta de alegría. El ego le proponía una infinidad de pasatiempos; todos lo que el dinero pueda ofrecerte, pero ninguno capaz de llenar su vacío.

Como tantas otras veces salió a cazar con sus amigos. Había andado un buen rato, hasta apartarse del resto, cuando, de pronto, vio en un claro un magnífico ciervo. El sol llovía sobre el animal que comía mansamente.

El empresario, de inmediato, se acomodó y apuntó, en tanto el ciervo levantó su cabeza. Lo tenía en la mira, listo para disparar. Pero la mente del hombre se dividió: el animal era tan precioso y tierno…

Finalmente, sacó su dedo del gatillo. Jamás se hubiera creído capaz de algo así. ¿Se estaba volviendo débil? Miró su rifle. ¿Qué grandeza había en matar un inocente ciervo? 

Un momento después dejó caer el arma. Las flores y las hojas temblaron de emoción. El empresario tuvo una alegría repentina. Aunque él no lo sabía, el bosque lo estaba abrazando.
Y se volvió caminando, los ojos húmedos, la manos libres, disfrutando el paseo, en completa unidad con la vida.